
Por primera vez en mucho tiempo llegué tarde a una clase. Y sorprendentemente mis mejillas no se sonrojaron de mil tonos de rosa cuando todos se me quedaron mirando mientras entraba en la sala.
El profesor de matemáticas se me quedó viendo como si no estuviera seguro de que decirme, como si no supiera cómo tratar conmigo.
— Perdón – Dije alto y claro mientras pasaba de él y me iba a sentar en el único asiento que estaba disponible.
Hubo un silencio único en la habitación por unos segundos hasta que el profesor pudo retomar la clase en donde la había dejado.